EDITORIAL: Incomunicados: ¿la culpa es solo de la tele?

La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

A las 19:30 del sábado 16 de abril, un puñado de periodistas que había llegado a la sesión del Comité de Operaciones de Emergencia (COE), reunido en el Itchimbía, intentaba sin suerte que algún funcionario le dijera algo. Sí: algo. Media hora antes ellos habían sentido un temblor, una palabrita que, a punta de reportes de las redes sociales y de unas pocas radios, fue convirtiéndose en terremoto y luego, en cuestión de minutos, en la peor tragedia de las últimas décadas. ¿Y ni un funcionario que lo diga?

Hasta que “alguna fuente autorizada” hable, a 236 kilómetros del COE, Pedernales había sido devastado. Un poco más allá, Portoviejo, Manta, Canoa, Jama, Muisne, Bahía de Caráquez, Chorrera, El Matal… se reducían a escombros, a casas que se desplomaron sobre sus habitantes. Y en las pantallas de televisión: películas y telebasura.

Angustiados, revisamos Twitter y escuchamos los reportes de la radio. Y en la tele, nada.

El terremoto dejó al aire las fragilidades y paradojas de la llamada sociedad de la información, precisamente, cuando vivimos días de un exacerbado optimismo tecnológico y de un apasionado discurso sobre el rol de los aparatos en la felicidad y en el ascenso de los miserables a pobres, y de los pobres a clase media, y de la clase media a clase media alta… (y así sucesivamente, hasta darnos cuenta de que algo no calza).

La tragedia –por si le interesa esta idea a algún consultor que no haya sido contratado aún por el Gobierno– también movió el piso de las ciencias sociales. En cristiano: con tener una cuenta de Twitter, un smartphone de mil dólares, una prensa rebelde o una Secretaría de Comunicación especializada en campañas, no basta. ¡Definitivamente, no basta! ¡Estamos incomunicados! El problema es de largo más complejo que solo echarle la culpa a la tele. Existe una cadena de causas y responsabilidades de las cuales depende un sistema de comunicación que, lastimosamente, se ha concentrado en los medios.

Por supuesto que la gente tiene razones de sobra para molestarse con la lentitud e incompetencia de los noticieros televisivos. ¿Cómo es que un canal puede tirar la casa por la ventana para registrar hasta el último susurro del papa Francisco y no tiene para enviar un generador de luz para sus corresponsales en Pedernales? ¿Cómo es que se destinan cámaras, pasajes de avión, viáticos para ocho o diez personas que van a transmitir un partido de fútbol entre los dos últimos de la tabla de posiciones, y no tienen equipos en todos los sitios del desastre?

Los periodistas están a la defensiva. Dicen que son seres humanos y que trasladarse desde Guayaquil o Quito a las provincias declaradas en emergencia no es como ir aquisito nomás. Tampoco es cuestión de coger la cámara y salir corriendo. Y tienen razón. Las vías están destrozadas, no hay luz, no hay señal de celular… No todos lo admiten, pero quizás esa absurda deliberación entre utilizar la palabra ‘temblor’ o ‘terremoto’ tuvo también que ver con la demora para salir al aire. Más claro: hasta que midan cuánto se puede enojar Rafael Correa y qué artículo de la Ley de Comunicación va a aplicar para sancionar “a la prensa mercantilista que solo busca vender”, se demoraron una eternidad.

Para mala suerte de los periodistas de televisión, las autoridades –con Jorge Glas a la cabeza– estaban encerrados. ¿Será que esta vez entienden que depender de las declaraciones oficiales puede llevarles a hacer papelones como el del sábado? No informar de un terremoto solo porque no hay una autoridad que lo diga es como estar empapado y repetir al aire el pronóstico de un clima soleado y con el cielo despejado.

La agilidad de la Secom entró en crisis. Los magos que son capaces de armar en un par de horas toda una campaña difamatoria contra periodistas y opositores se quedaron en estado ‘shunshos’. ¿O shunshos mismo son, cuando su trabajo no es para agradar al jefe, sino para servir a la gente que lo ha perdido todo? Igual que los canales, ¿quién entiende cómo es que los casi 300 empleados de la Secom pueden armar un enlace sabatino desde Shangai y no pueden enlazarse con Pedernales o establecer canales de comunicación alternativos para ponerlos al servicio de la gente?

El campo de la comunicación es muy extenso y vale mencionar qué responsabilidad tienen, por ejemplo, las empresas de telefonía fija y celular. Sería bueno que nos cuenten qué planes que no sea regalar minutos y SMS tienen para catástrofes como esta. Resulta que en el Ecuador hay más teléfonos celulares que habitantes (gran negocio) y ningún plan de emergencia coordinado con otras instancias.

Para descargo se dirá que los periodistas ya están reportando desde el lugar de los hechos, que las transmisiones son ininterrumpidas y que el Gobierno ha emprendido campañas de solidaridad a escala nacional e internacional. Eso está perfecto siempre y cuando no sean solo el chorro de babas del arrepentido, sino el resultado de una política de comunicación clara y precisa para momentos de crisis o para atender zonas en conflicto.

Aún hay mucho por trabajar en ese sentido y no es cuestión de armarse para seguir peleando, sino de aprender las lecciones que nos deja esta tragedia para construir, al menos, los patrones mínimos de un plan de contingencia nacional en el campo informativo y comunicacional, con el esfuerzo y el aporte conjunto del Estado y del sector privado. De lo contrario, estamos condenados a seguir declarando un estado de excepción tras otro, lo que, hasta ahora, lo único que ha logrado es confirmar la regla.