¿Borrego o sufridor? Seis premisas para el elector ecuatoriano

Por Adolfo Macías / @adolfomacias

La falta de argumentos razonables y visiones estructuradoras de la política, en las posiciones que asumen los partidarios de ambas tendencias electorales actualmente, revela que la inteligencia emocional está ausente en el voto de muchos. Pero no solo esto.

También revela que esa falta de inteligencia emocional de gran parte de la población es tan peligrosa como la corrupción, porque reproduce a gran escala nuestras miserias domésticas, proyectando hacia el campo político la escisión que sustenta nuestra identidad fragmentada. No solo que no se debate en torno a los proyectos económicos y sociales, sino que se genera un voto reactivo, en el que el mayor aliciente para estar con un candidato es estar en contra del otro.

La ilusión autorreferencial

Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, es importante partir del hecho común de que nosotros mismos actuamos reactivamente en frente de otras personas que se conducen de maneras distintas a las nuestras, sobre todo cuando esas personas tienen incidencia en nuestra vida emocional o económica.

Para una persona más razonable o prudente, que actúa con cautela y gusta de hacer análisis detallados antes de actuar, una persona que asume riesgos y actúa de manera más decidida será tildada de “impulsiva”; mientras que, para una persona creativa, que asume riesgos desde la confianza en sus capacidades, el otro sujeto parecerá “miedoso y cuadrado”, por ejemplo. Este fenómeno de borde se suele conocer como ilusión autorreferencial, y hace que las personas sintamos que nuestros valores y nuestra manera de actuar son mejores que los de los diferentes.

Tal parecería que, al establecerse los límites de la personalidad, aquello que nos diferencia de los otros generará una subvaloración de lo inverso. Si soy idealista, el pragmatismo del otro me parecerá interesado y burdo; si soy pragmático, el idealismo del otro me parecerá idiota. En este sentido, los insultos son la mejor manera de detectar la ilusión autorreferencial y la incapacidad de reconocer al otro tal y como es.

La ilusión conspiratoria

La ilusión autorreferencial va de la mano de otra: la ilusión conspiratoria, que ve en el otro una amenaza dirigida a mi forma de existencia. Si yo creo que el estado de derecho y el respeto a las libertades civiles son aquello que le da sentido a mi identidad política, como reflejo de mis propias luchas existenciales, rechazaré visiones conservadoras en el tema tildándolas de fascistas y retardatarias, por ejemplo. Esto me volverá miope para reconocer, en ese otro, puntos de vista y logros dignos de elogio.

Esta ilusión descalificadora dice: “Si el otro es malo en un aspecto importante, lo será en todos los aspectos” (pensemos en los detractores de la revolución ciudadana que empiezan criticando la libertad de prensa y terminan despreciando las carreteras). Esto conduce aleatoriamente al fanatismo, cuando una persona que profesa nuestras ideas es vista como superior, y con capacidades más allá de sus reales posibilidades. Esta ilusión valorativa dice: “Si está de acuerdo conmigo en algo importante, entonces sus errores no pueden ser de mala fe y pueden ser pasados por alto” (pensemos en los admiradores a ultranza del presidente). Ambas ilusiones son peligrosas, porque nos llevan a adoptar posturas desfasadas de la realidad.

El fascista que llevamos dentro

En este proceso electoral se ha visto mucho de esto en las redes sociales, con insultos como: “izquierdistas infantiles que como no pudieron mamar de la teta ahora se van con el banquero ladrón”, y otros como: “borregos lambiscones, servidores de la cleptocracia”.

La lista es larga y no es necesario abundar en ella. Lo que llama la atención es que personas dotadas de inteligencia analítica actúen desde tan reducida postura y sean incapaces de relativizar sus puntos de vista.

Esto no es más que el reflejo de nuestra propia incapacidad para entender nuestras reacciones de rechazo como fenómenos de borde, en los que aquello que está de nuestro lado es sentido como correcto y lo demás como incorrecto.

Nuestras percepciones se deforman y se imposibilita el diálogo constructivo del que tanto se habla y se sabotea, sin embargo, a cada paso.

Esta exclusión de lo adverso, como fenómeno de masas, crea las bases psicológicas para la persecución y el fascismo de izquierda o de derecha y corresponde a los electores.

En definitiva, cuando actuamos reactivamente, somos más peligrosos para la sociedad que el mayor de los ladrones. Nuestra baja inteligencia emocional nos vuelve pasto para la manipulación de aquellos que deseen aprovecharse de nuestros odios.

La fase final y la más peligrosa de este proceso es la confluencia, cuando me identifico tan poderosamente con un proyecto político o un líder, que lo absuelvo de todo error y asumo que las críticas al mismo me convertirían en opositor. Esto empieza por el miedo a expresarme de una manera abierta, por temor a decir algo que genere reacciones negativas y quedar presa del desprestigio social por parte de quienes me insultan en las redes sociales, por ejemplo. Pensar igual a uno u otro bando pasa a ser sinónimo de pensar correctamente, si deseo la aprobación.

Recordemos que dialogar con otro que piensa distinto requiere considerar seriamente sus puntos de vista y encontrar algo valioso en ellos, con lo que podamos identificarnos. Solo así tendremos una conversación que incida en ambas direcciones favorablemente y no una discusión de sordos.

Seis premisas sugeridas para el votante:

Primera premisa: Nadie va a salvar a la patria.

Esto es poner fuera de nosotros los recursos que necesitamos movilizar para fraguar nuestras propias vidas con base en nuestras capacidades y las de la iniciativa social organizada, muchas veces subestimadas.

Segunda premisa: Toma en cuenta todos los argumentos y saca el tuyo propio.

(Si estás totalmente de acuerdo con un candidato, estás cayendo en una actitud de confluencia, que te llevará de la ilusión a la desilusión o, peor aún, al fanatismo. Piensa que la democracia es un horizonte, una utopía en proceso permanente de construcción.

Tercera premisa: Elige al candidato que mejor te parezca y luego critícalo en cada paso, reconociendo sus logros cuando los tenga.

Apoyar incondicionalmente a alguien no lo va a ayudar a corregir el rumbo. Si amas a la Revolución Ciudadana, por ejemplo, puedes criticar el uso que hace de la justicia cuando influye sobre los jueces. ¡Esto no te convierte en “opositor”!

Cuarta premisa: Piensa siempre que hay algo valioso en tu adversario que no estás valorando adecuadamente.

No será raro que, si gana Lasso, luego le recriminemos “no hacer obra”, comparándolo retroactivamente con el gobierno que nos hacía rabiar.

Quinta premisa: No insultes.

Una crítica razonada comunica e influencia más que una frase visceralmente escrita. Cada insulto empuja al proceso en direcciones reactivas, que tornan a la población manipulable por parte de quienes hagan eco ese insulto. Si alguien te saca de juicio, piensa que eres tú el que está perdiendo el juicio.

Sexta premisa: No confundas tus interpretaciones con la realidad.

Tus interpretaciones sobre lo que es mejor o peor están basadas en percepciones siempre parciales de la realidad, cuando no influenciadas por reacciones emocionales que reflejan tus propios miedos o emociones reprimidas, date cuenta cuando esto suceda, tanto en tu vida personal como social o política.